HABLA GERARDO REYES, PREMIO DE PERIODISMO PLANETA 2007: La guerra antidroga sin balas estuvo en manos de Vega: Reyes


EL APELATIVO indicado para esta historia es “sorprendente”. Los personajes se van apoderando del escenario hasta lograr que el lector pare por un momento y se pregunte si es, en verdad, una investigación periodística o más bien una ingeniosa historia de ficción. Pero lo cierto es que la realidad en este caso superó a la imaginación, y todo lo narrado es una verdad descrita con la rigurosidad de un periodista que no necesita presentación: Gerardo Reyes.

AGE habló con el experimentado comunicador colombiano sobre su nuevo libro, “Nuestro hombre en la DEA”, el mundo del narcotráfico al que se refiere y la manera en que el escritor concibe el periodismo de investigación.

Usted afirmó en varias oportunidades que siempre se ha cuestionado sobre el cómo se hace un narcotraficante y el por qué éste decide dedicarse al negocio de las drogas, renunciando a su vida legitima. ¿Esta investigación acerca del mundo del narcotráfico le permitió comprender esa realidad?

GERARDO REYES: Sí. Esto para mí es una experiencia de voyerismo antropológico porque busco establecer cuáles son las fuerzas que terminan definiendo la decisión del ciudadano de dejar su mundo, no tener más deudas en el banco ni en el Upac, y entregarse a esa dinámica de la industria del narcotráfico. Porque este es un negocio y como tal tiene una distribución de funciones: mercadeo, transporte, cobranza y todo lo demás.
Hay que decir que los dos personajes del libro, aparte de Baruch Vega, no son exportadores ni productores de cocaína, sino que son ‘ruteros’. Y fue a través de ellos dos que pude comprender cómo opera por dentro este mundo, con todas sus contradicciones; ellos son narcos que, por un lado, están envenenando al mundo y, por el otro, quieren inventar la vacuna contra el sida.

¿Los narcotraficantes sufren de delirio de grandeza?
G.R.: Se sienten tan poderosos que mientras comercian con drogas están inventándose la manera de acabar con el narcotráfico a nivel mundial. Hay una propuesta que plantea la elaboración de cocaína sintética para que EU la produzca en una isla y se encargue de la oferta y del monopolio de la coca.

¿Quién es Baruch Vega?
G.R.: Es un mercader de penas. Una persona que combinó, con mucha sagacidad, una actitud de que todo se puede solucionar ante los narcos y una buena fuente de ingresos por concepto de esas soluciones.
Es el hijo de un trompetista de un barrio ubicado al sur de Bogotá, que empieza desde los 22 años a vivir una vida doble. Él se va a estudiar a la Universidad Industrial de Santander (UIS) y allí se vincula con un profesor gringo que, aparentemente, es de la CIA, quien lo contrata para infiltrarse en esa institución educativa que, para esa época, estaba llena de guerrilleros del Eln. Y es así cómo se le complica la vida.
Luego empieza a trabajar con la ITT, una empresa simpatizante de la CIA, y realiza una operación en Chile en contra de Allende, de la cual se arrepiente posteriormente. Como por cosas del destino termina en Nueva York, en donde monta una agencia de modelos, y como donde hay modelos hay narcos, empieza a relacionarse con éstos, quienes invierten en su empresa con una doble intención: buen negocio para lavar dinero y entretención para los fines de semana. Así comienza una historia que lo lleva a conocer a todos los grandes: Rodríguez Gacha, Pablo Escobar, el Cartel de Cali y 114 narcotraficantes más.

¿En qué consistía el trato entre Vega y los narcotraficantes?
G.R.: Vega se acercaba a ellos diciendo que era intermediario de concejales corruptos en EU, a quienes había que pagarles una suma de dinero para lograr un acuerdo favorable. Él no podía llegar a donde el narco a decirle que era de la DEA, porque lo mataban al considerarlo un “sapo”. (Vega) les cobraba un dinero y les ofrecía lo que llamaba “Programa para la resocialización del narcotraficante” (un título muy colombiano, muy legalista). Cuando ganaba la confianza del narco, le ofrecía un trato según el cual un fiscal estadounidense se encargaría de su caso, distinta gente declararía a favor suyo y él se declararía culpable en uno o dos cargos, y así le iría muy bien. Más o menos ese era el esquema.

¿Cómo se relacionó Baruch Vega con Rodríguez Gacha?
G.R.: Baruch le ayudó a sacar a varios hombres que estaban presos en EU. El encuentro con Gacha y la manera como el narcotraficante probó que Vega era auténtico fue a través del mercenario Yair Klein. Desde el campamento de Gacha hizo llamar a un agente del FBI, con el que trabajaba Vega, para que él corroborara que Baruch estaba diciendo la verdad. Esto, entre los narcos desesperados porque tenían la extradición en la nuca, se fue pasando de voz en voz.

¿Vega podía trabajar con el Cartel de Cali y el de Medellín a la vez?
G.R.: Pablo Escobar le dijo “usted me ayuda solamente a mí, porque el amigo de mi enemigo es mi enemigo”, y entonces Baruch le hizo el quite a Pablo.

Sin un solo tiro

¿Qué opinión le merece que un hombre de clase media termine burlando las leyes de Colombia y de EU?
G.R.: Me causa gran preocupación. En un momento dado la guerra sin disparos contra el narcotráfico en Colombia estaba en manos de Baruch Vega, todo se hacía a través de él. Esto muestra la vulnerabilidad y el despiste de una guerra que quedó en manos de un fotógrafo de modelos.

Esto no se hacía solo por dinero. Vega trabajaba con un grupo en la DEA, el grupo 43, en el que había dos supervisores fuertes que confiaban totalmente en que con ese programa iban a desvertebrar el narcotráfico en Colombia, y sin disparar un solo tiro. Ellos hablaron con todos los grandes: ‘Rasguño’, Carlos Castaño… todos tuvieron que ver en algún momento con ese programa.

¿Qué papel juega la DEA en todo esto?
G.R.: Hay un punto en el que un agente de aduanas, que fue quien puso al cartel de Cali tras las rejas, descubre que Baruch Vega está utilizando su nombre para meterlo entre los funcionarios corruptos. Este personaje se enfurece, averigua lo que está pasando y escribe un memo de quince páginas que desbarata todo el esquema de Vega. Ahí empieza la investigación interna. Vega es acusado de obstrucción a la justicia y lavado de dineros, pero cuando el FBI se da cuenta de que él es un hueso duro de roer y que està dispuesto a llevar a juicio a los fiscales que trabajaron en el programa y a todos los agentes para que cuenten lo que saben, entonces el organismo de seguridad posterga el juicio y retira los cargos. Eso no tiene antecedente en EU.
Finalmente lo terminan acusando de evasión de impuestos y le quitan toda la plata, hasta el punto de que Vega terminó durmiendo en una camioneta luego de vivir en un penthouse en Miami.

“Nuestro hombre en la DEA” es un libro con unos protagonistas que parecerían haber salido de la ficción. ¿Qué tan complicado fue encontrar estos personajes?
G.R.: Si yo me sentará a buscar esos personajes en la imaginación, jamás los encontraría. Eso fue una gran suerte. Son tantos que al escribir el libro yo no sabía por quién comenzar. Imagínese: un ex congresista danés mandándole armas a los paras cinco días después de los atentados del 11 de septiembre; o la historia de Orlando Sánchez Cristancho, acusado del asesinato de la ‘Mona retrechera’; o los “Cíclopes”, dos socios que en distintas circunstancias habían perdido un ojo...

Por todo lado hay cosas relevantes que estaban inéditas porque son de un mundo al que poco acceso se tiene. Por suerte estas personas solucionaron su situación judicial, ya que todo lo que está en el libro ellos se lo contaron a la justicia, y eso me facilitó el trabajo.

¿Cuántas veces habló con Baruch Vega?
G.R.: Horas y horas. Tengo montones de casetes y arrumes de documentos. El libro se fue armando solo. Cuando hablé con Baruch nunca pensé que de ahí saldría un libro y después fueron apareciendo una cantidad de personajes... Por ejemplo Fabio Ochoa me contó en La Picota cómo se hizo narco y cómo Vega intentó reclutarlo para su programa, y luego dijo que lo habían llevado a juicio por no haber colaborado con Baruch Vega

¿Cómo empezó Ochoa?
G.R.: Él inició como cajero en el restaurante del papá, llamado “Las margaritas”, a donde llegaban gringos y europeos que querían conseguir un gramito de cocaína para venderlo en EU. Entonces el papá entró en una crisis económica muy fuerte y se fue para Venezuela. A ellos los mandó a Estados Unidos, y los gramos se convirtieron en kilos y toneladas.

El debate


El móvil del libro es sobre cómo la DEA y Baruch Vega intentaron desmembrar, sin disparos, a los carteles. ¿Cómo cree que se podría acabar con carteles tan poderosos?
G.R.: Hay que empezar un debate serio y comprometido sobre la legalización mundial (de la droga). Lo que pasa es que todo son hipótesis, no hay una realidad que le permita saber a uno cómo sería eso de la legalización. Con una burocracia tan grande montada alrededor de la lucha contra las drogas y una economía que anualmente mueve más dinero que Microsoft, Coca-Cola o Walt Disney, es muy difícil saber qué esperar.

¿Qué lo motivó a realizar una investigación de esta magnitud?
G.R.: Es una combinación de factores. Empieza desde una perspectiva literaria, que de alguna manera me hace disfrutar del acceso a una historia con tantos matices y personajes. Y desde el punto de vista macro, yo creo que a la gente le interesa conocer un fenómeno que mueve su historia, al menos de manera subterránea. Creo que eso explica por qué, a pesar de la abundancia de libros sobre el tema, la gente sigue leyendo historias como esta. Estoy seguro de que hay que contarle a la gente, no de una manera explosiva y cubierta por la inmediatez, sino poniéndola en contexto. Esta historia va desde ‘Los Pepes’ hasta la muerte de Carlos Castaño, a través de tres personajes.

¿Cuáles fueron los parámetros de la escogencia de su libro como Premio Planeta de Periodismo 2007?
G.R.: Ellos tienen un Comité que analiza varios libros para publicar y le dan el premio al que les parezca mejor. Hay una importancia en este galardón, y es que en medio de la avalancha de libros, este era el más laborioso y contextualizado, según el Comité.

¿Cómo hace para que la historia mantenga un mismo tono, a pesar de los distintos personajes y tiempos en los que se desarrolla la narración?
G.R.: Siempre tuve temor de que la gente se perdiera en las historias, por la cantidad de saltos en el tiempo, pero en cada capítulo me preocupé de que se mencionara el personaje con nombre completo para hacer más comprensible la historia al lector. En cuanto al tono, esto es una especie de crónica mezclada con la rigurosidad del lenguaje del periodismo de investigación. Cuando quiero decir cosas que son delicadas y serias, tomo distancia, le quitó adjetivos y las digo casi como citadas de un libro. Yo creo que esa combinación de narración y rigurosidad periodística le dio el estilo de la obra.

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